Hacia los comienzos del siglo pasado, Argentina tenía apenas un millón y medio de habitantes. La inmigración árabe se registra a partir del año 1875 y continúa fluidamente hasta 1914, es decir, hasta la declaración de la Primera Guerra Mundial. Finalizada ésta, continuó el flujo inmigratorio, aunque ahora con menos intensidad.
En su mayoría procedían de Siria, Líbano, Palestina e Irak, bajo el yugo otomano y luego franco-británico, colonialismo que duró hasta los años 1950 y 1955, en algunos casos.
Llegaban en busca de mejores oportunidades, muchos de ellos indocumentados y solteros. Rápidamente se adaptaron a pesar de las dificultades que representa el desconocimiento del idioma español. Los usos y costumbres criollas fueron asimiladas sin esfuerzo y comenzaron, a la par de ejercer oficios menores, a desarrollar pequeños comercios. Un gran porcentaje se instaló en la Capital Federal y sus alrededores, mientras que otros prefirieron poblar el interior, ambiente que mejor se adecuaba a sus costumbres ancestrales.
En Argentina jamás se sintieron extranjeros y muy pronto adquirían características de elementos muy acriollados. Amaban a esta tierra, que todo les dio sin pedirles nada a cambio, como si fuera la propia, y se convirtieron en hombres de negocios, ganaderos, chacareros y hasta pequeños industriales. El fenómeno curioso es que se sentían fundamentalmente ligados a esta tierra, es decir, que no formaban parte de intereses internacionales. Poseían las virtudes y los defectos del nativo y nada ni nadie podía creer que un inmigrante árabe tenga una pequeñez de sentimentalismo extranjero. Más aún, hablaban el quechua y el guaraní a la par de un español dificultoso, a fuerza de comenzar a olvidar su lengua original. Eran argentinos por adopción, con las mismas ansiedades, ambiciones y alegrías de los nativos.
Formaron familias desposando, en su mayor parte, a mujeres argentinas y con una preocupación mayor: enviar a sus hijos a las universidades para su formación. Muy pronto esos hijos egresaban de las facultades constituyéndose en el orgullo de sus padres. Llegaron a los estrados de la justicia, al parlamento, a las fuerzas armadas, a la banca política, al magisterio y otras tantas disciplinas y funciones del quehacer nacional. En la actualidad, ya son tercera y hasta cuarta generación de descendientes árabes, los que con orgullo argentino constituyen a la prosperidad identificada como parte integrante de este suelo noble que acogió a sus ancestros hace ya más de un siglo y cuarto.
Nuevas inmigraciones Islámicas
Desde mediados de la década del 90’ y hasta el 2000, se produjeron inmigraciones provenientes del norte de áfrica (Argelia, especialmente) y Medio Oriente. Desde el año 2000 y hasta la actualidad, llegan desde África meridional nuevos inmigrantes musulmanes a la república Argentina provenientes especialmente de Senegal, aunque también de otras nacionalidades.
La mayor ola inmigratoria se produjo a principios del siglo XX a causa de la Primera Guerra Mundial, siguió luego con la Segunda Guerra Mundial, que trajeron a esos países inconvenientes en su aspecto económico y social, además de problemas políticos y culturales, los que colaboraron a una mayor inmigración.
La corriente inmigratoria procedente del ex Imperio Otomano la formaban árabes libaneses (gran parte de ellos cristianos maronitas) y sirios, cristianos y musulmanes. Los primeros inmigrantes eran jóvenes campesinos, jornaleros, agricultores y braceros, cristianos y musulmanes que fueron motivados por las noticias que le llegaban de América y además por las ofertas de trabajo que las empresas ferroviarias inglesas y francesas estaban haciendo en sus respectivos países, para realizar labores de jornaleros en el tendido de vías ferroviarias en distintos lugares de Buenos Aires y el interior del país. Llegaban con documentación turca primero, siendo recibidos en el puerto de Buenos Aires por el Consulado Turco, único en aquella época.
Todos ellos se radicaron a lo largo y ancho del país, aunque optaron preferentemente, además de Buenos Aires y Córdoba, por el Noroeste, Noreste (Formosa, Corrientes y Entre Ríos) y Cuyo (San Juan y Mendoza) y parte de la Patagonia. Las seis provincias del Noroeste argentino: Tucumán, Santiago del Estero, Salta, La Rioja, Catamarca y Jujuy atrajeron al mayor número de árabes. Hasta la llegada de los árabes, estas provincias no habían conocido grandes contingentes migratorios, en comparación con los de Buenos Aires.
La comunidad islámica está compuesta en la actualidad por argentinos fundamentalmente, descendientes de árabes (Siria-Líbano-Jordania-Palestina), africanos (Senegal, Ghana, Sierra Leona), asiáticos (India, Pakistán, Indonesia) entre otros. La gran cantidad de población árabe tuvo tal dimensión, que actualmente un diez por ciento de la población del país es de origen árabe.
Como parte de sus ritos externos están la declaración de fe: “Alá es Dios y Mahoma su profeta”, la caridad, orar 5 veces al día en dirección a la Meca, un mes de ayuno llamado el Ramadán e ir a la Meca por lo menos 1 vez en su vida o ayudar a alguien a ir.
El primero de agosto comienzó el mes del Ramadán, mes en que todos los musulmanes en todo el mundo se reúnen para ayunar, orar y consagrarse con el propósito de sentirse más cerca de Alá.
Para mas información acerca del mes del Ramadán visita: http://www.30-days.net/
Fuente: Pensamiento Latinoamericano – Ricardo Rodríguez
Por: Omaris Velázquez
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